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El mundo moderno nunca se detiene. El tiempo no alcanza, el día no rinde y la noche apenas sirve para la recuperación de fuerzas para una nueva jornada. No nos detenemos a observar lo que nos rodea. Estamos inmersos en un ritmo cotidiano que nos aturde y nos consume.

 

Las vacaciones, ese lujo que pocos podemos darnos. Tener una ilusión, “detener el tiempo”. Esa sensación de plácido descanso que tanto anhelamos. La fantasía máxima: tirarse al sol…

 

Rodearse de naturaleza: el agua, el viento, el cielo, la arena en la piel… 

 

El tiempo y el espacio se diluyen: nos sentimos bien.


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